viernes, 10 de julio de 2015

Lousteau, el narcokirchnerismo y la infiltración.

Alfonso Prat-Gay
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LA TRAMPA TENDIDA A LA ENTRADA DEL BALOTAJE
Muchos se han preguntado, a lo largo de los últimos meses, por qué no competí en las elecciones de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Mis amigos, colaboradores y dirigentes políticos más cercanos conocen muy bien la razón de mi decisión, que solo ahora resulta tan evidente para todos.
Decidí no competir porque no quería terminar como terminó Lousteau.
No quería terminar mendigando el voto de Aníbal Ibarra, ni el de los porteños que apoyan a muerte a Cristina Kirchner. No quería terminar compitiendo contra los socios que necesito para dar la batalla crucial: la del cambio republicano en la Nación. No quería contribuir a la contradicción ni al egoísmo con los que tantos opositores han asfaltado el camino del kirchnerismo a lo largo de sus años de régimen. No quería llegar al dilema insoluble en el que cumplir la Constitución y las promesas de campaña implica, también, priorizar lo individual por encima de lo colectivo.
No es de ahora el error de Lousteau, ni es exclusivo de él. Su error y el de los que lo acompañaron hasta esta instancia es haberse subido a una candidatura que le garantizaba, en el mejor de los casos, la contradicción de hoy. El acuerdo nacional UCR-PRO permite matices locales, con más aliados (Mendoza) o menos aliados (Salta) según el distrito. Lo que no se debió permitir es que las dos fuerzas se disputaran el poder justo en el único distrito en el que ya lo tenían (en Corrientes, el otro caso, no se elige gobernador este año)
¿Qué mensaje de gobernabilidad le estamos dando a todos los votantes del país? ¿También nos vamos a pelear por gobernar si ganamos la elección nacional?
El porteño advirtió con claridad esta contradicción de gobernabilidad a la que nos llevan la ambición de Lousteau y el oportunismo de quienes lo empujaron y, como siempre, nos dio una lección: le otorgó a ECO un espacio de preponderancia en la Legislatura para que desde ahí lleve adelante las muy válidas mejoras que planteó durante la campaña. Si el porteño hubiera confiado en que, además de corregir esas cuatro o cinco prioridades manifiestamente desatendidas por el PRO, Lousteau tenía el equipo de gestión para mantener todas las otras cosas que no criticó porque entiende, acertadamente, que el PRO las hizo y las hace bien, entonces otro hubiera sido el resultado en la primera vuelta.
Para el balotaje, como Lousteau no tiene más remedio que “rekirchnerizarse”, los porteños le harán saber ahora que el distrito más antikirchnerista del país no se gobierna con el auxilio de los kirchneristas. Y en esta quincena Cambiemos habrá retrocedido algunos centímetros en su objetivo de demostrar que es posible ese cambio que pide la mayoría de los argentinos. La culpa no es del balotaje, sino del egoísmo de los dirigentes que permitieron o fomentaron este dilema tan previsible.
A veces para construir hay que saber correrse y dejarle el protagonismo a otro, incluso a alguien de otro partido, para que gane el equipo antes que el individuo. En política, la victoria individual es siempre pírrica; la única victoria real es la colectiva. Es precisamente por eso que hace unos cuantos meses elegí no competir esta vez en el distrito que amo.
Los últimos avances sobre la Justicia, los nuevos poderes a la SIDE y las arbitrariedades permanentes, nos recuerdan cuál debe ser el eje de la oposición: Ganarle al kirchnerismo la Nación, y gobernarla bien para que no vuelvan nunca más. Ahí debe estar puesta toda nuestra energía

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