El miércoles 19 de agosto falleció Jorge Ariel Velásquez, quien once días antes, durante la campaña electoral, había recibido un disparo en la espalda mientras repartía volantes de la Unión Cívica Radical, en la ciudad de San Pedro, Jujuy. El disparo provino de un grupo de militantes de la organización Túpac Amaru, liderada por Milagro Sala, estructura territorial que creció exponencialmente al calor del kirchnerismo. Hasta aquí, la crónica breve de un hecho que, en un primer análisis, podría ser catalogado como propio de la violencia que en determinadas circunstancias aflora en la acción política. Pero conviene deslizar algunas reflexiones sobre el mismo, para ver con claridad algo que no todos los referentes políticos –y mucho menos aún, el periodismo que se congracia con el Régimen-, se atreven a señalar: estamos haciendo referencia a los resultados de una dinámica política íntimamente ligada al régimen partidocrático, que se ha dado en llamar clientelismo, y que tan nefastas consecuencias lleva a los sectores –los más vulnerables desde un punto de vista económico y social- sobre los cuales se despliega.
Apenas producida la muerte de Velásquez, la Presidente, por Cadena Nacional, tuvo oportunidad de mostrar ante las cámaras, la ficha de afiliación de Velásquez a la agrupación Túpac Amaru, a la que se vio obligado a afiliarse para poder cursar estudios en un colegio administrado por esa misma agrupación. Esta organización, pretendidamente “anti-sistema” –como se desprende de la ideología revolucionaria que sostiene y que se extiende a las consignas y eslóganes que difunde-, ha logrado incrementar su base territorial a partir de la reproducción de una forma de acumulación política que es piedra basal del funesto sistema político vigente. Acumulación política que se logra a partir del manejo discrecional de los fondos públicos, dinámica por la que se “bajan” mercaderías, colchones, chapas, bolsones de comida, planes sociales y hasta conchabos en alguna instancia del aparato estatal a aquellos compatriotas pauperizados. Esta estrategia política es desplegada, en mayor o en menor medida, por todas las expresiones políticas que rinden pleitesía al régimen partidocrático. Por todas, sin excepción. Por cuanto, no sólo el kirchnerismo –a través de las varias organizaciones territoriales que confluyen en él-, reproduce ese clientelismo, sino que otras expresiones políticas también recurren a esa vía, para de esa manera tratar de asegurar un caudal electoral que les permita mantenerse o participar del poder. Hemos dicho todas las expresiones políticas. El PRO, el socialismo, el progresismo, los partidos provinciales, el radicalismo, el peronismo, el trotskismo, entre otras, hacen un culto del clientelismo. Las diferencias son matices, más o menos apagados, siendo lo esencial el manejo discrecional de las arcas del Estado. En el caso del trotskismo, que no está al frente de ninguna administración estatal, el manejo se da a partir de la dirección de un aparato (el Polo Obrero), que se encarga de “bajar” y distribuir los beneficios que consigue. Todas esas expresiones, sin ningún tipo de limitación de orden moral, extorsionan a sus “clientes”, a los que mantienen como rehenes, a cambio de su apoyo político. Una parte sustancial de los votos sobre los que se sustenta el mito de la soberanía popular son “comprados” –estrictamente hablando- mediante este mecanismo ominoso, lo que pone en evidencia la falsa “legitimidad” sobre la que se asienta la democracia liberal partidocrática.
Mientras este sistema se mantenga, la Patria seguirá siendo rehén de una mafia multifacética –a pesar de los diferentes colores y consignas-, cuyos principales referentes viven ajenos a la miseria que explotan y de la que se nutren. Muy lejos de la de los argentinos esforzados y honestos.
Una Argentina mejor es posible. Una verdadera representación natural es posible; reemplazar a la forzada, antinatural y criminal partidocracia es posible. Un Movimiento Nacionalista fuerte, con una firme estructura territorial, puede lograrlo. Para eso estamos militando, para eso convocamos a los argentinos patriotas.
Apenas producida la muerte de Velásquez, la Presidente, por Cadena Nacional, tuvo oportunidad de mostrar ante las cámaras, la ficha de afiliación de Velásquez a la agrupación Túpac Amaru, a la que se vio obligado a afiliarse para poder cursar estudios en un colegio administrado por esa misma agrupación. Esta organización, pretendidamente “anti-sistema” –como se desprende de la ideología revolucionaria que sostiene y que se extiende a las consignas y eslóganes que difunde-, ha logrado incrementar su base territorial a partir de la reproducción de una forma de acumulación política que es piedra basal del funesto sistema político vigente. Acumulación política que se logra a partir del manejo discrecional de los fondos públicos, dinámica por la que se “bajan” mercaderías, colchones, chapas, bolsones de comida, planes sociales y hasta conchabos en alguna instancia del aparato estatal a aquellos compatriotas pauperizados. Esta estrategia política es desplegada, en mayor o en menor medida, por todas las expresiones políticas que rinden pleitesía al régimen partidocrático. Por todas, sin excepción. Por cuanto, no sólo el kirchnerismo –a través de las varias organizaciones territoriales que confluyen en él-, reproduce ese clientelismo, sino que otras expresiones políticas también recurren a esa vía, para de esa manera tratar de asegurar un caudal electoral que les permita mantenerse o participar del poder. Hemos dicho todas las expresiones políticas. El PRO, el socialismo, el progresismo, los partidos provinciales, el radicalismo, el peronismo, el trotskismo, entre otras, hacen un culto del clientelismo. Las diferencias son matices, más o menos apagados, siendo lo esencial el manejo discrecional de las arcas del Estado. En el caso del trotskismo, que no está al frente de ninguna administración estatal, el manejo se da a partir de la dirección de un aparato (el Polo Obrero), que se encarga de “bajar” y distribuir los beneficios que consigue. Todas esas expresiones, sin ningún tipo de limitación de orden moral, extorsionan a sus “clientes”, a los que mantienen como rehenes, a cambio de su apoyo político. Una parte sustancial de los votos sobre los que se sustenta el mito de la soberanía popular son “comprados” –estrictamente hablando- mediante este mecanismo ominoso, lo que pone en evidencia la falsa “legitimidad” sobre la que se asienta la democracia liberal partidocrática.
Mientras este sistema se mantenga, la Patria seguirá siendo rehén de una mafia multifacética –a pesar de los diferentes colores y consignas-, cuyos principales referentes viven ajenos a la miseria que explotan y de la que se nutren. Muy lejos de la de los argentinos esforzados y honestos.
Una Argentina mejor es posible. Una verdadera representación natural es posible; reemplazar a la forzada, antinatural y criminal partidocracia es posible. Un Movimiento Nacionalista fuerte, con una firme estructura territorial, puede lograrlo. Para eso estamos militando, para eso convocamos a los argentinos patriotas.
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