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La clave de la democracia: la ley natural |
De otro modo es la tiranía de los poderosos Si queremos que la democracia —el gobierno del pueblo, al servicio del pueblo y por el pueblo—, funcione debemos repensar el hoy y analizar por qué no se ajusta a la verdad de su esencia y de su objetivo; la clave nos la da Benedicto XVI con esta reciente afirmación: la ley natural o «la norma escrita por el Creador en el corazón del hombre», es la que le permite distinguir el bien del mal y la que debe convertirse en antídoto ante el «relativismo ético», ante las ideologías que lo promueven. Para Benedicto XVI, es la ley natural el único fundamento de la democracia y el medio para que el humor de las mayorías o de los más fuerte se conviertan en el norte del bien y del mal.
Lo que ocurre es que no es fácil entender su naturaleza, ni aceptar su fuente, ni corroborar su identidad y eficacia: hoy sólo se acepta el poder, el equilibrio de fuerzas, o incluso la ley del talión; y esto no es humano, ni es justo, ni busca el Bien Común. La culpa de que la democracia no esté a la altura de sus expectativas la tiene esa mentalidad reductiva y reductora que construye lo que está bien y lo que está mal a su arbitrio y conveniencia; si todo es relativo la tolerancia y el respeto entre los hombres dependerá del sol que más caliente o de la luna que más influya, o lo que es lo mismo, la opinión de la mayoría que ostenta el poder pero no la razón ni el sentido común.
Más o menos como ocurre en España desde hace poco más de 3 años: existe un mal llamado consenso de una mayoría que ganó unas elecciones como consecuencia de un golpe de Estado e impone su juicio relativista para someter a toda una nación a una política totalitaria y nihilista; pero los españoles nos hemos plantado y desde numerosos sectores de la sociedad civil nos oponemos a los caprichos mesiánicos del Presidente del Gobierno. Las mayorías pueden equivocarse —ejemplos hay en la historia reciente y menos reciente—, y sólo han conseguido sus objetivos cuando han sido razonables, trascendentes y transparentes.
Y constituyen materia de la ley natural todas las políticas relacionadas con la dignidad de la persona humana, con la institución matrimonial, con los derechos de la familia y de la educación, con la justicia social, con la economía solidaria y no capitalista «casi salvaje», con el concepto del trabajo, con una vivienda digna, con el agua necesaria para todos y un largo etcétera: lo que es un bien para la persona y no un mal.
La ley natural comprende «que el Estado es subsidiario», no actor ni protagonista: existe para que el pueblo obtenga lo necesario, para que respete sus raíces y tradiciones, para que busque el Bién Común y no sólo de unos pocos que cuentan con una potente ayuda mediática para servir de altavoz a sus pretensiones. Y para nada más.
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