jueves, 22 de enero de 2015

La muerte del fiscal Alberto Nismam por Gabriela Pousa.

Una muerte y dos alternativas: uno o millones de entierros


- Por Gabriela Pousa –
La muerte del fiscal Alberto Nismam horas antes de presentarse en el Congreso a denunciar el encubrimiento del gobierno para separar a los iraníes de la Causa AMIA, deja mucha tela para cortar. El análisis puede hacerse desde diferentes vértices y perspectivas pero, antes o después, las conclusiones no difieren.
Veamos: ¿Por qué no creer la versión oficial? En primer lugar porque el oficialismo basó su gestión en la sistematización de la mentira y el relato alejado de la realidad. Después de más de una década, creer a ciegas en ese tipo de gobierno, dejaría en evidencia una ciudadanía enferma.
Si bien, la sanidad del pueblo puede no ser total, hay síntomas de hartazgo que aunque no cambien sustancialmente lo que pasa, generan algún atisbo de esperanza y salubridad. El asunto será entonces fortalecer esa memoria, siempre parcial, que nos determina como sociedad.
El juez Carlos Fayt dijo alguna vez que “los hechos son sagrados” y es verdad. No se puede tapar el sol con la mano. Y el hecho es que después de 3 días no se sabe aún si la muerte de Nisman se trató de un suicidio o un asesinato. Seamos serios: ¿en cuántos países sucede esto?
Con el avance de la medicina, de la tecnología, etc., ¿no puede saberse cómo murió una persona teniendo el cuerpo para realizarle estudios y autopsias? De ser así, deberíamos dejar de hablar de país y de crecimiento.
Por otro lado, ¿desde cuándo es la conveniencia de un gobierno quién elige la causa de muerte, y sale a propagarla y venderla sin escrúpulos y sin pruebas? Ni el kirchnerismo ni el pueblo pueden establecer qué pasó en el departamento de la calle Azucena Villaflor de Puerto Madero. Es la ciencia y la evidencia quienes deben arrojan datos a partir de los cuales pueda inferirse lo sucedido allí adentro.
Hoy somos millones de Sherlock Holmes tratando de descubrir un asesino porque a simple vista motivo para un suicidio no había. Es verdad que nadie va por ahí contando que va a quitarse la vida, pero cuando hay un fin que se persigue con ahínco, cuando hay proyectos, cuando va a concretarse la entronización del ego, y puede uno convertirse en héroe de una sociedad sin ellos, lo menos probable es optar por pegarse un tiro y dejar truncó todo aquello.
Y si acaso lo hizo, la mente humana es un enigma infinito, también es lícito no creer que así haya sucedido pues, del otro lado de la vereda se halla una Presidente y su imperiosa necesidad de acallar a quién iba a dejarla al desnudo frente al “todos y todas” que dice representar.
En este comienzo de 2015 es menester sincerarse: Cristina Fernández de Kirchner ya no representa a la mayoría de los argentinos aún cuando siga teniendo la banda y el cetro. Todo lo que le ha quedado de jefe de Estado son los símbolos y una inacabable capacidad de daño.
Pero además de de la falta de credibilidad que tiene la dirigencia en general y la mandataria en particular, las irregularidades en torno a los hechos son de una contundencia sideral.
Hay un Secretario de Justicia, Sergio Berni, que cuenta una fábula a la cual es imposible dar crédito. Estuvo una hora o más en casa de un hombre clave para el futuro político nacional, que yacía con un arma en el suelo sin saber a ciencia cierta si estaba vivo o muerto. De ser así, mínimamente debe ser acusado de abandono de persona o de incumplimiento de funcionario público por lo menos.
Por otra parte, el cuerpo llegó a la morgue desnudo y bañado en sangre cuando apenas se habla de una bala con orificio de entrada. ¿Qué se hizo con la ropa del occiso? ¿Cuánta sangre se derrama al perforarse la sien con una bala?
La prueba de dermo test y barrido electrónico dio negativo. “Puede pasar”, dicen algunos expertos. ¡Vaya casualidad que la excepción sé de justo acá!
La puerta cerrada desde adentro terminó siendo una puerta abierta por donde pudo entrar y salir cualquiera. ¿Se olvidaron el libreto para el cerrajero? ¿Y dónde estaban los diez custodios que debían velar por la seguridad del muerto?
Si un fiscal, en un momento clave y decisivo, puede aparecer de esta forma envuelto en misterio, ¿qué esperar para un simple testigo de un delito o un ilícito? De dejar estos interrogantes sin respuesta, se volverá inexorablemente al nefasto “no te metas” que signó otras épocas de nuestra historia, trastocada a gusto y piaccere del gobierno. Falta que el Canciller salga y diga “Algo habrá hecho
La angustia es general, la inquietud amenaza con paralizar nuevamente a la sociedad, el miedo es manipulado por los artífices del marketing oficial para que, presos de éste, nadie hable ni se manifieste.
No se le está dando el gusto. “El pueblo quiere saber de qué se trata”. Es correcto. Pero ese querer saberlo debe permanecer inalterable hasta que la última duda y pregunta sea saciada por quienes deben hacerlo.
Si se cede, si se bajan los brazos, si no se exige verdades sin disfraz ni maquillaje, no será sólo Alberto Nisman quién termine en el cementerio. Todos lo acompañaremos, y cuan triste será descubrir que somos nosotros mismos nuestros sepultureros.
Gabriela Pousa
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