martes, 20 de marzo de 2012

Un gobierno es popular si gobierna el pueblo (2010)


Ponencia del MPR Quebracho en el seminario internacional "Movimientos Sociales, partidos y gobiernos alternativos"  México D.F. marzo de 2010.
Frente a las teorías que sostienen la muerte de los grandes relatos, con sus subsidiarias que fueron construyendo y produciendo en el plano teórico la confiscación de la política, que entronaron la idea que las resistencias los pueblos las podían hacer pero desde la cultura (en una singular mirada de Gramsci), que proclamaron a viva voz la muerte de la política y de la Historia proponiendo que se podía hacer la revolución sin tomar el poder y elucubrando resistencias sin anclajes históricos…pura reivindicación de lo diverso, nada de lucha de clases!; frente a esto, lo que pretendemos exponer a continuación, es justamente, el valor de la política, la necesidad e importancia de que los pueblos se organicen y detenten el poder, la necesidad de plantear una táctica y una estrategia para ello.

Las diversas teorías que desde la academia se han desarrollado y tornado hegemónicas para abordar el análisis de los movimientos sociales, no terminan de poder ser aplicables a la realidad que los países de Nuestramérica hemos vivido y estamos viviendo. Autores como Touraine, Tarrow, Melucci, que abundan en la literatura académica de las ciencias sociales, pueden aportar elementos y estrategias de abordaje, pero no alcanzan para explicar porque en países con altísimos índices de pobreza y exclusión surgen movimientos sociales poderosísimos que en ocasiones han devenido en alternativas políticas viables. Países con enormes cantidades de compatriotas buscando solución a necesidades básicas que ni el estado ni los partidos políticos pueden resolver, simplemente porque el sistema para el que están pensados funciona bajo la premisa de generar esos “problemas o costos”. Pensar la política y pensar, por ende, las manifestaciones colectivas y los movimientos sociales en Nuestramérica, obliga a pensar desde otros manuales, o mejor aun, evitándolos.

Nuestramérica es justamente un escenario privilegiado a la hora de abordar el problema que nos propone este seminario sobre movimientos sociales, partidos y gobiernos alternativos.

Del neoconservadurismo de la década de 1990 para acá se operó la consolidación de una institucionalidad proscriptiva y condicionada, en el marco de una economía excluyente y expulsiva. Se produjo un proceso de confiscación y banalización de la política, confiscación del espacio político con el consiguiente desprecio y degradación de las prácticas organizativas y de lucha de nuestros Pueblos. Así se fue vaciando la de por sí débil institucionalidad pretendidamente democrática.

Para entender lo que llamamos movimientos sociales desde una concepción revolucionaria, lo primero es despojarnos de las apoyaturas teóricas que explican el origen y causa de los conflictos desde “comportamientos anómicos” o de “desviación social”, sin entender que la lucha de clases es inherente a un orden fundado en relaciones sociales de explotación, que el conflicto es constitutivo de estas sociedades.

Las rebeliones en Ecuador del 97,2000 y 2005; la insurrección de Bolivia con la guerra del agua en 2003 y 2005, la rebelión peruana que forzó la salida de Fujimori y el Argentinazo del 2001, entre tantas otras batallas épicas que encarnaron nuestros pueblos volvieron a exponer a las masas como protagonistas de la política y a las calles como el escenario principal, de nuevo aparece aquello de la lucha de calles, lucha de clases.

Pero esta vuelta a lo político, como carece aún en muchos lugares de capacidad de articulación, de organización, de táctica y de estrategia; es despreciada por muchos que dicen se trata de simples movimientos espontáneos, donde en efecto se manifiesta el formidable potencial del pueblo en lucha pero que carece de proyección histórica. O a lo sumo, lo dejan arrinconado en el rol de, justamente, “movimiento social”, movimiento que se remite a pujar por reivindicaciones de identidad, género, reconocimiento, participación, pero no movimientos de carácter subversivo y revolucionario. Y festejan justamente eso, para sustentar nuevamente sus ideas locas de que el Poder no existe, para proponer hacer política sin pensar en el poder.

El movimiento piquetero argentino padeció el síndrome de lo que podríamos llamar “marketinización”. Presentado por algunos para seducir las billeteras de las fundaciones filantrópicas europeas, se muestra como una cosa que en realidad no es. Autonomismo, asambleísmo, ausencia de direcciones y de orientaciones políticas, desinterés por el poder. Estos son simplemente clichés, absolutamente alejados de la realidad que la experiencia de organización de los trabajadores desocupados en Argentina ha construido.

A partir del Santiagazo[1] como hecho bisagra en la lucha contra el neoliberalismo en nuestro país, se suceden una serie de luchas espontáneas y políticas que desembocarán en las jornadas de diciembre de 2001. La marcha nº 100 de los jubilados, el jujeñazo, el usuhuaiazo, las puebladas de Río Negro, el abrazo y la pedrea de los estudiantes al Congreso, la quema de la Casa Radical en Córdoba. El Sanjuaninazo, el 20 de febrero de 1996 en La Plata, el paro del 8 de agosto con el corte de ruta en La Matanza en 1996, los dos Cutralcazos[2], los nuevos jujeñazos, la catarata de cortes en el noroeste, el paro del 14 de agosto de 1997…Son algunos de los hechos más destacados de la generalización de la transgresión y la confrontación en la lucha popular. Son el repertorio con que irrumpió lo que luego se denominó, Movimiento Piquetero.

La experiencia argentina parida en plena lucha contra el neoliberalismo que arrojó heroicas jornadas donde se expulsaron una y otra vez gobernadores, donde en situaciones que a simple vista asomaban inexplicables, se manifestaba toda la fuerza de lucha de nuestro pueblo (echando cuatro presidentes en una semana), da cuenta hoy de una capacidad de lucha y transformación que nos permite amasar la idea de la posibilidad de disparar en Argentina un proceso de cambio y poner a nuestro país ajustado al nuevo tiempo nuestroamericano.

El 19 y el 20 de diciembre de 2001 fue el punto culminante de un largo proceso de resistencia popular iniciado en el Santiagazo, allá por fines de 1993. Fue la culminación de ocho exactos años en los cuales la tenaz y activa lucha del pueblo fue rompiendo a piedrazos, contra el tarado exitismo que reinaba, aquello de la “dominación con consenso”. Lo que decíamos desde Quebracho en 1995, con la sentencia de que “hay que romper el espejismo menemista a piedrazos”, (algo que muchos nos criticaban como exabrupto), expresaba en realidad la línea que el pueblo mismo, contra la traición de los cientos de burócratas oportunistas y vendidos, y sin una conducción política clara, estaba llevando adelante. Fue con los cortes de ruta, con las puebladas y con los enfrentamientos con las fuerzas represivas como se fue haciendo añicos, durante esos ocho años, la etapa de “la dominación con consenso” que inaugurara, después de la dictadura, la primavera alfonsinista.

El Argentinazo del 2001 fue para nosotros la expresión del salto de cantidad en calidad, donde luego del proceso de acumulación de luchas de resistencia se producen unas jornadas históricas de lucha donde se expresó, en las calles y en distintos ámbitos organizativos, el bloque social revolucionario, la unidad de los sectores de trabajadores, sectores populares y sectores medios, pero que finalmente no tuvo la capacidad de dotarse de una táctica y de una estrategia que le permitiera resolver de una vez la cuestión del poder en Argentina. Aquella consigna que mejor que ninguna expresó el sentimiento popular de esas jornadas (“Que se vayan todos”) terminó siendo burlada por un recambio institucional que a poco de constituirse echo manos a recomponer los derruidos lazos de dominación, echó mano a recomponer la hegemonía.

Pero contra la pretensión de despojar de politicidad a los movimientos sociales, justamente, venimos a plantear que lo que hoy mantiene vigente al movimiento piquetero en Argentina es precisamente que, al ser hoy este movimiento, el principal articulador de las demandas e interpelación al poder sobre la situación de desempleo y pobreza, es además y entonces, quien mejor disputa sentidos dentro de la política, cuestionando los significados sedimentados de una institucionalidad excluyente y proscriptiva. Porque además, desempleo y pobreza son los elementos constitutivos principales del paisaje social que produce la actual política en nuestro país.[3]

La política existe cuando el orden natural de la dominación es interrumpido por la irrupción de una parte de los que no tienen parte. En ese sentido, nos parece que los puntos de dislocación que se muestran al “interrumpir el proceso natural de dominación” lo que hacen es deslegitimar el orden y legitimar el proceso de resistencia. Ahí se encuentra el carácter fuertemente político de los movimientos sociales. Pero anclarlo en ese único lugar sería congelarlo en una mirada ahistórica que no tenemos derecho a permitirnos, mas que para justificar la cobardía intelectual e histórica en todo caso.

Con la degradación del sistema de partidos políticos, con la constitución de nuevas y fuertes referencias populares “plebeyas”, cuando la dominación es inestable, cuando hay claros síntomas de crisis de consenso, son las Organizaciones Populares las llamadas no sólo a protagonizar las batallas callejeras sino también a producir la política de acceso al poder y de construcción de un proceso de cambio.

Venezuela, Bolivia, Ecuador son las muestras más elocuentes de como la articulación política de las organizaciones populares son capaces de acceder al gobierno y parir nuevos procesos político-históricos, que incluso reclaman reestructuraciones institucionales donde se precisa ajustar las constituciones a las nuevas formas de representación y de acciónpolítica.

La Argentina enfrentada a la maravillosa posibilidad histórica de construir un gobierno popular como hijo del argentinazo del 2001, ya dijimos, fue maniatada con la operación de recomposición de la dominación, donde la presencia de las organizaciones populares en las calles no expresa otra cosa que una seria amenaza a la estabilización de una nueva gobernabilidad. Por ello con la maniobra de cooptación de organizaciones populares que se operó desde el 2002 en adelante, con la prebenda y la tentación, la dominación asesta un duro golpe al nivel de acumulación de organización y combatividad popular.

No obstante esto, la hora de la historia obliga a confluir.

Vemos hoy un momento donde grandes organizaciones que tuvieron su momento de valoración positiva y esperanzada del proceso que encabeza el kirchnerismo se desprenden paulatinamente de la perversa arquitectura proscriptiva planteada desde la dominación. Vemos que organizaciones populares que vienen sosteniendo la resistencia a la entrega y al saqueo comprenden como pocas veces en su historia la necesidad de la unidad política de todos los sectores populares.

Con la hora nuestroamericana sonando, ante la nueva política imperialista que prepara una nueva ofensiva en nuestras tierras, la maduración que van ganando las organizaciones populares anuncia un momento luminoso en la Argentina, donde debemos, y podemos, empezar a plantear una estrategia, una táctica y la posibilidad real de construir un gobierno popular, que tal como lo planteamos en el título de estas reflexiones, para ser tal, debe estar sostenido por las organizaciones populares.

Acechan, es cierto, espectros de políticas siniestras como alternativas posibles a la descomposición del kirchnerismo. Es cierto que lo que se ofrece hoy como alternativa desde el sistema político es una política aún más proscriptita y autoritaria, en sintonía con la agenda del Departamento de Estado yanqui. Pero esto no debe obturar la mirada sobre la posibilidad popular de articularse como poder históricamente viable.

Las organizaciones populares debemos poder superar la mirada tacticista y coyuntural, debemos ser capaces de plantear una acumulación y articulación de un bloque social revolucionario, para transitar el camino más efectivo hacia el inicio real de un proceso de cambio en la Argentina, protagonizado y encabezado por las organizaciones populares.


[1] Hacia 1993 el ajuste económico se acentúa en las provincias. Ya se había avanzado sobre la entrega de los ferrocarriles, las empresas públicas de acero, gas, carbón y petróleo. El 16 de diciembre de ese año, los trabajadores del Estado de la provincia de Santiago del Estero (docentes, judiciales y municipales), convocaron a un acto de protesta por el atraso salarial. La manifestación se transformó en pueblada, se desarrollaron enfrentamientos con la policia. La manifestación fue creciendo en pocas horas. Tomaron e incendiaron la Casa de Gobierno, atacaron los tribunales, la legislatura y las casas de los políticos locales, empezando por la del ex gobernador Carlos Juárez.

[2]Es fundamentalmente el segundo Cutralcazo  el que constituye un nuevo hito, es “un salto cualitativo donde quedaron en evidencia manifestaciones de poder local como organizaciones espontáneas de las masas”. Durante el mismo, intendente y concejales fueron corridos a un lado desplazados por las asambleas populares y los piqueteros, que hablaron sin intermediarios con las máximas autoridades. La misma experiencia de organización independiente de las masas y de verdadera democracia, popular y directa, se repitió en los cortes que luego del segundo Cutralcazo se multiplicaron en diversos lugares del país, principalmente en Jujuy y Salta.

[3] Con una población de  alrededor de 40 millones de habitantes, actualmente, el índice de desempleo ronda el 10%, pero el índice de pobreza se encuentra entre el 30 y 40%. La mitad de todos los trabajadores en el país está en "negro", o sea en situación irregular, sin aportes jubilatorios, seguro, o beneficios sociales. Todos estos índices siguen en aumento.

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