jueves, 22 de noviembre de 2012

La clase media creció. Y se hizo opositora. El divorcio entre CFK y Moyano ha sido tanto político como ideológico. Moyano de villano de clase media, paso a ser un villano para el kirchnerismo cristinista. Un milagro del Gobierno.

Piquetes y cacerolas.

by Luis Tonelli

Tiene razón la Presidenta. La clase media creció. Y a tal punto creció que el 7S, el 8N, y el paro del 20N fueron, al ser fenómenos de clase media tanto masivos como opositores. Ha sido el Gobierno y solo el gobierno el que ha conseguido el milagro de juntar a Hugo Moyano con oficinistas, comerciantes, docentes, bancarios, cuentapropistas (los White collars) -aunque por nivel adquisitivo, los camioneros son contablemente mucho más clase media que muchos empleados de saco y corbata-.
Esa nueva yunta -esa aterradora combinación para la gobernabilidad que es la confluencia de los piquetes y cacerolas- hubiera sido calificada como imposible por cualquier observador de la política argentina apenas unos años atrás. Moyano, siempre fue un villano para la clase media. Hasta que pasó a ser un villano para el kirchnerismo cristinista.
Y entonces, por eso de que menos por menos es más, por eso de que el enemigo de mi enemigo es mi amigo, cuanto más daño pueda hacerle a mi enemigo, Moyano comenzó a ser uno de los vehículos del descontento. Que no se malentienda, Moyano no conduce el descontento. Fiel a su profesión, que no elige destinos ni siquiera recorridos, solo comenzó a transportar ese descontento (tal como las redes sociales lo coordinaron el 7S y el 8N y ninguno de los ignotos organizadores cibernéticos podrían sacarle un voto a sus convocados).
El divorcio entre CFK y Moyano ha sido tanto político como ideológico. Político, porque se trató de un efecto de la ambición de poder de ambos. Moyano había sido entronizado como mandamás del Justicialismo bonaerense por Néstor Kirchner para que disciplinara a los díscolos intendentes conurbanos a quien el ex presidente había hecho responsables de la derrota electoral del 2009. Por supuesto, esos servicios no serían gratis: el camionero se ilusiono con introducir a sus camioneros en las listas de la elección del 2011, y hasta con conformar un Laborismo que sucediera al kirchnerismo.
Si bien Moyano nunca negó la discusión con Kirchner la noche anterior de su muerte, es muy improbable que en ella ya estuviera el germen de la ruptura. Kirchner siempre fue muy respetuoso de los poderes establecidos, y máxime cuando los podía tener de aliados. Pero a esa discusión emblemática, le siguió la reunión de la CGT a horas del deceso del hombre fuerte de la política argentina, en donde parecía que Moyano pretendía ser su reemplazante. Simplemente CFK fulminó las demandas políticas del camionero con el simple expediente de no atenderle los llamados.
Sin mufa, Moyano hubiera quedado simplemente en tierra de nadie. Así lo estuvo durante los fastos oficialistas por el 54%. Luego vinieron esa combinación de soberbia y mala praxis que llevaron a que no tanto se erosionara el apoyo al gobierno si no que se reaccionara a su provocación, y Moyano se convirtió en uno de los arietes del descontento.
Pero también ha sido ideológica, porque CFK, a diferencia de estor Kirchner se ha embarcado en un rumbo jacobino en donde toda mediación con vida propia (sindical, partidaria, periodística) es considerada una traición particularista a los supremos intereses del Bien Común expresados sólo por la Presidenta.
Pero, por qué ese descontento, porque la unión de piquetes y cacerolas, no afecta la gobernabilidad mayestática de la que ha gozado el kirchnerismo? En primer lugar, porque no hay crisis sistémica. A diferencia de lo que sucedió en el 2001, la economía, si bien anduvo mal en términos de crecimiento, no avizora ninguna tormenta crítica en el horizonte, si no, que incluso se espera un leve repunte para el año próximo. La segunda diferencia, es que el descontento no se manifiesta en sensación de caos, o ese espiral de violencia conmocionante que típicamente precede a la crisis de gobierno.
Pero la gran diferencia es que este descontento pareciera deberse (aun admitiendo su pluralismo y diversidad) en un exceso de gobernabilidad del gobierno de CFK, antes que en la ausencia de gobernabilidad).
Si el gobierno que gobierna, si el gobierno gobernante fue la clave del éxito del kirchnerismo, es el gobierno que trata de gobernarlo todo el que es considerado insoportable por casi una mitad de la Argentina. Polarización que se da, no tanto por una división entre Pueblo y antiPueblo, como le gustaría al oficialismo, si no Polarización reactiva, protesta “boba”, por el hartazgo de la clase media ante lo que considera la agresividad gratuita del kirchnerismo.
Luis Tonelli

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