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El kirchnerismo contó con el inapreciable apoyo de Moyano durante nueve largos años. Eran tiempos de acuerdo y convivencia, cuando camioneros crecía al calor del poder y de la mano del oficialismo. Insólito, si no fuese por el pecado que debían purgar los sindicatos menemistas con su resignada aceptación –para lograr un lugar bajo el sol kirchnerista– de que trabajadores de sus gremios fuesen encuadrados sindicalmente en Camioneros. Insólito si se piensa que quien conduce la CGT, desde el 14 de julio de 2004, realizó la doble tarea de representar a todos y a la vez debilitarlos traspasando afiliados a su gremio. El sindicato de camioneros pasó de 50 mil afiliados a 200 mil en la era kirchnerista.
Al menos tres son las razones de este crecimiento: la estrategia del bloqueo a plantas de logística, empresas de limpieza, basura, alimentación y supermercados, llegando a un conflicto de noventa días con Carrefour mientras el Gobierno avalaba el poder de choque y le permitía acumular afiliados; el crecimiento de las exportaciones agropecuarias se transportó por camiones, mientras el ferrocarril quedaba abandonado, y el rol político de Moyano como aliado indispensable del kirchnerismo, jugando un papel en las movilizaciones, los bloqueos contra La Nación y Clarín, el conflicto del campo y la elección de la provincia de Buenos Aires, es decir, en todas las batallas “épicas” del oficialismo.
Así, Moyano creció y creció, y quizás la Presidenta pensaba que ese poder le tributaba, al igual que La Cámpora, obsesiva y sometidamente. Por estas razones dejaron en la puerta de la Casa Rosada las “convicciones” de un sindicalismo más abierto y transparente, mas democrático y menos corporativo, sin pensar (¿?) que no era bueno para el país contar con un actor de veto capaz de bloquear, frenar, parar, apretar, es decir, condicionar la gobernabilidad, cuando la historia ya había demostrado que era y es una de las preguntas sin respuesta de la democracia argentina. Mientras lo hacían para ellos, era bueno. Era legítimo contar con una guardia pretoriana del proyecto nacional y popular. Moyano ganó poder y decidió dar un paso más: la presidencia de la Nación. El kirchnerismo, que no sabe de pares sino de sometidos o enemigos, lo desplazó del campo popular por decreto de necesidad y urgencia.
Quiso castigar a Moyano frenando una reivindicación justa, como lo es que ni los salarios ni las jubilaciones tributen Ganancias. Dos errores estratégicos del Gobierno: primero le dio poder, y ahora le abrió un espacio para construir representación, más allá de su propio gremio. Logró algo no previsto: ampliarle la base de sustentación a un enemigo con capacidad de fuego. Moyano, como buen sindicalista peronista, levantó el paro a tiempo y se montó sobre una típica reivindicación de empleados de “cuello blanco”. La moraleja es que tanto el Gobierno como él han hecho mas áspera la democracia, menos gobernable e institucional. Los actores capaces de condicionar la convivencia viven tanto en la Casa Rosada como en el sindicato de camioneros. Las “ideologías” se disolvieron, y resultó que todo lo que se jugaba era plata y poder.
La democracia precisa una dirigencia diferente, capaz de dialogar, dispuesta a no permitir que existan actores que por sí solos puedan generar la mera idea de una gobernabilidad bajo extorsión, gobierne quien gobierne. No hay que permitir que se bloquee la democracia.
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