La teoría de las ventanas rotas o como la Argentina puede caer en el comunismo, de repente
Por Cosme Beccar Varela – Un estudio de la Universidad de Stanford, al que se refiere el artículo que transcribo más abajo, demuestra que la barbarie delictiva está a un milímetro de surgir cuando se permiten las transgresiones a las reglas más elementales del orden y de la buena educación.
El mismo tema fue el asunto de un “best seller” del 2000 en los EEUU titulado “The tipping point. How little things can make a big difference” (Es difícil de traducir, pero la expresión “tipping point” significa el “momento decisivo” en que una situación puede inclinarse para un lado o para otro. “Cómo las pequeñas cosas pueden producir una gran diferencia”), por Malcolm Gladwell.
El estudio es de un enorme interés para entender lo que puede pasar en una sociedad, en un país, cuando se acumulan “pequeñas transgresiones” a las que nadie les da una importancia decisiva y, sin embargo, ellas preanuncian un gran cambio que puede ocurrir súbitamente.
Es lo que vengo sosteniendo en este periódico: la argentina está siendo llevada al comunismo lo cual puede verse por varios síntomas que son pequeños comparados con la enormidad de una revolución comunista, pero que la preparan y no sólo eso, sino que la están produciendo todos los días, inadvertidamente, hasta que de repente ocurre y ya es tarde para impedirla.
A continuación transcribo el artículo que fundamenta esta opinión seguido de un comentario indispensable.
* * *
“La teoría de las ventanas rotas”
En 1969, en la Universidad de Stanford (EEUU), el Prof. Philip Zimbardo realizó un experimento de psicología social. Dejó dos autos abandonados en la calle, dos autos idénticos, la misma marca, modelo y hasta color. Uno lo dejó en el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York y el otro en Palo Alto, una zona rica y tranquila de California. Dos autos idénticos abandonados, dos barrios con poblaciones muy diferentes y un equipo de especialistas en psicología social estudiando las conductas de la gente en cada sitio.
Resultó que el auto abandonado en el Bronx comenzó a ser vandalizado en pocas horas. Perdió las llantas, el motor, los espejos, el radio, etc. Todo lo aprovechable se lo llevaron, y lo que no, lo destruyeron. En cambio el auto abandonado en Palo Alto se mantuvo intacto.
Es común atribuir a la pobreza las causas del delito. Atribución en la que coinciden las posiciones ideológicas más conservadoras, (de derecha y de izquierda). Sin embargo, el experimento en cuestión no finalizó ahí, cuando el auto abandonado en el Bronx ya estaba deshecho y el de Palo Alto llevaba una semana impecable,los investigadores decidieron romper un vidrio del automóvil de Palo Alto, California. El resultado fue que se desató el mismo proceso que en el Bronx de Nueva York y el robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el del barrio pobre.
¿Por qué el vidrio roto en el auto abandonado en un vecindario supuestamente seguro es capaz de disparar todo un proceso delictivo?
No se trata de pobreza. Evidentemente es algo que tiene que ver con la psicología, el comportamiento humano y con las relaciones sociales.
Un vidrio roto en un auto abandonado transmite una idea de deterioro, de desinterés, de despreocupación que va rompiendo códigos de convivencia, como de ausencia de ley, de normas, de reglas, como que todo vale nada. Cada nuevo ataque que sufre el auto reafirma y multiplica esa idea, hasta que la escalada de actos, cada vez peores, se vuelve incontenible, desembocando en una violencia irracional.
En experimentos posteriores (James Q. Wilson y George Kelling) desarrollaron la “teoría de las ventanas rotas”, misma que desde un punto de vista criminológico concluye que el delito es mayor en las zonas donde el descuido, la suciedad, el desorden y el maltrato son mayores.
Si se rompe un vidrio de una ventana de un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás. Si una comunidad exhibe signos de deterioro, y esto es algo que parece no importarle a nadie, entonces allí se generará el delito. Si se cometen “esas pequeñas faltas” como estacionarse en lugar prohibido, exceder el límite de velocidad o pasarse una luz roja y estas pequeñas faltas no son sancionadas, entonces comenzarán a desarrollarse faltas mayores y luego delitos cada vez más graves.
Si los parques y otros espacios públicos son deteriorados progresivamente y nadie toma acciones al respecto, estos lugares serán abandonados por la mayoría de la gente (que deja de salir de sus casas por temor a las pandillas), y esos mismos espacios abandonados por la gente, serán progresivamente ocupados por los delincuentes.
La respuesta de los estudiosos fue más contundente aun, indicando que; ante el descuido y el desorden crecen muchos males sociales y se degenera el entorno.
Tan solo vea un ejemplo en casa, si un padre de familia deja que su casa tenga algunos desperfectos, como falta de pintura de las paredes en mal estado, malos hábitos de limpieza, malos hábitos alimenticios, malas palabras, falta de respeto entre los miembros del núcleo familiar, etc., etc., etc., entonces poco a poco se caerá en un descuido de las relaciones interpersonales de los familiares y comenzarán a crear malas relaciones con la sociedad en general y quizá algún día llegarán a caer en prisión.
Esa puede ser una hipótesis de la descomposición de la sociedad, la falta de apego a los valores universales, la falta de respeto de la sociedad entre sí, y hacia las autoridades (extorsión y soborno) y viceversa, la corrupción en todos los niveles, la falta de educación y formación de cultura urbana, la falta de oportunidades ha generado un país con ventanas rotas, con muchas ventanas rotas y nadie parece estar dispuesto a repararlas.
La teoría de las ventanas rotas fue aplicada por primera vez a mediados de la década de los 80 en el metro de Nueva York, el cual se había convertido en el punto más peligroso de la ciudad. Se comenzó por combatir las pequeñas transgresiones: graffiti deteriorando el lugar, suciedad de las estaciones, ebriedad entre el público, evasiones del pago del pasaje, pequeños robos y desórdenes. Los resultados fueron evidentes.
Comenzando por lo pequeño se logró hacer del metro un lugar seguro.
Posteriormente, en 1994, Rudolph Giuliani, alcalde de Nueva York, basado en la teoría de las ventanas rotas y en la experiencia del metro, impulsó una política de “tolerancia cero”.
La estrategia consistía en crear comunidades limpias y ordenadas, no permitiendo transgresiones a la ley y a las normas de convivencia urbana.
El resultado práctico fue un enorme, con una gran reducción de todos los índices criminales de la ciudad de Nueva York.
La expresión “tolerancia cero” suena a una especie de solución autoritaria y represiva, pero su concepto principal es más bien la prevención y promoción de condiciones sociales de seguridad.
No se trata de linchar al delincuente, ni de la prepotencia de la policía; de hecho, respecto de los abusos de autoridad, debe también aplicarse la tolerancia cero.
No es tolerancia cero frente a la persona que comete el delito, sino tolerancia cero frente al delito mismo.
Se trata de crear comunidades limpias, ordenadas, respetuosas de la ley y de los códigos básicos de la convivencia social humana.
* * *
Hasta aquí el artículo. El autor se ha limitado, en una clave “politically correct”, a analizar las consecuencias de las “pequeñas transgresiones” en el campo del delito común, pero no ha sacado las obvias conclusiones en el campo político.
Es conveniente que nosotros no nos detengamos en ese terreno sino que saquemos las conclusiones políticas del fenómeno.
En la argentina ocurren todos los días toda clase de transgresiones: al derecho de propiedad; a las libertades más elementales, como la de transitar de un lado al otro, de entrar y salir del país; de importar y de exportar; inseguridad frente a los criminales; la incertidumbre de saber si estamos protegidos contra la posibilidad de que una ley injusta o una orden judicial o estatal puede caer sobre nosotros inesperadamente implicando -injustamente y sin posibilidad de reclamar justicia-, la cárcel o la ruina; la inexistencia de una moneda sana y la imposibilidad de ahorrar en una moneda estable; la de ser víctimas de huelgas salvajes que entorpecen, hasta impedirla en gran medida, una convivencia civilizada; la constante monstruosidad de ser gobernados por delincuentes y jamás por gente honesta y capaz; el no tener FFAA disciplinadas y leales a la Patria que pueden actuar como última barrera contra un asalto al poder total, desde el llano o desde el gobierno, etc. etc. etc.
Todas estas cosas son incompatibles con un Estado de Derecho y, en cambio, son prefiguras de lo que ocurre en un Estado totalitario colectivista, o sea, comunista.
Tenemos tendencia a creer que hay una distancia astronómica entre aquellos síntomas y un Estado comunista. Pero nos equivocamos.
Como lo prueba el estudio de la Universidad de Stanford y el libro de Gladwell, aunque la distancia sea aparentemente grande, cuando la acumulación de los síntomas llega a un punto de saturación política (el “tipping point”), el cambio es sorpresivo e instantáneo y podemos caer en el comunismo sin transición.
Son pocos los que saben que la revolución comunista de Octubre de 1917, la que puso a Lenin, a Trotzky y a los blocheviques en el poder, se produjo de la noche a la mañana, sin disparar ni un tiro. El fenómeno está descripto con horrenda satisfacción por Trotzky en sus “Memorias”. Después empezó la matanza, a la que los comunistas siempre recurren con fría crueldad cuando les parece.
Y también son pocos los que saben que Lenin sostiene en sus libros y discursos que la etapa de preparación de una revolución comunista se asemeja al fenómeno de la evaporación del agua. Llega un momento en que el agua, calentada a una cierta temperatura, se evapora. A eso le llama Lenin, “el salto cualitativo”.
Con las sociedades “capitalistas” pasa lo mismo -dice Lenin. Llega un punto en el que la suma de los diversos fenómenos y conflictos “históricos” (provocados por los agentes de la revolución, desde el llano o desde el poder) alcanzan una “temperatura” política tal que se produce el “salto cualitativo” hacia el comunismo.
¿A cuanta distancia estamos de ese punto? Creo que no muy lejos.
Un fenómeno paralelo al de la acumulación de factores pre-comunistas es el de la creciente apatía y “resignación ante lo inevitable” de la gente honesta, especialmente de las “clases cultas”, al tiempo que niegan, contradictoriamente, que eso pueda ocurrir. Este fenómeno existe plenamente en la argentina.
Sería bueno que quienes todavía tienen amor a la Patria se despierten y empiecen a buscar cómo defenderse de este peligro gravísimo, el más grave de nuestra historia. Y si no saben cómo hacerlo, que tengan la humildad de preguntarle a los que pueden saberlo y se dispongan a actuar en consecuencia, aunque eso implique sacrificios y riesgos. La Botella al Mar
El mismo tema fue el asunto de un “best seller” del 2000 en los EEUU titulado “The tipping point. How little things can make a big difference” (Es difícil de traducir, pero la expresión “tipping point” significa el “momento decisivo” en que una situación puede inclinarse para un lado o para otro. “Cómo las pequeñas cosas pueden producir una gran diferencia”), por Malcolm Gladwell.
El estudio es de un enorme interés para entender lo que puede pasar en una sociedad, en un país, cuando se acumulan “pequeñas transgresiones” a las que nadie les da una importancia decisiva y, sin embargo, ellas preanuncian un gran cambio que puede ocurrir súbitamente.
Es lo que vengo sosteniendo en este periódico: la argentina está siendo llevada al comunismo lo cual puede verse por varios síntomas que son pequeños comparados con la enormidad de una revolución comunista, pero que la preparan y no sólo eso, sino que la están produciendo todos los días, inadvertidamente, hasta que de repente ocurre y ya es tarde para impedirla.
A continuación transcribo el artículo que fundamenta esta opinión seguido de un comentario indispensable.
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“La teoría de las ventanas rotas”
En 1969, en la Universidad de Stanford (EEUU), el Prof. Philip Zimbardo realizó un experimento de psicología social. Dejó dos autos abandonados en la calle, dos autos idénticos, la misma marca, modelo y hasta color. Uno lo dejó en el Bronx, por entonces una zona pobre y conflictiva de Nueva York y el otro en Palo Alto, una zona rica y tranquila de California. Dos autos idénticos abandonados, dos barrios con poblaciones muy diferentes y un equipo de especialistas en psicología social estudiando las conductas de la gente en cada sitio.
Resultó que el auto abandonado en el Bronx comenzó a ser vandalizado en pocas horas. Perdió las llantas, el motor, los espejos, el radio, etc. Todo lo aprovechable se lo llevaron, y lo que no, lo destruyeron. En cambio el auto abandonado en Palo Alto se mantuvo intacto.
Es común atribuir a la pobreza las causas del delito. Atribución en la que coinciden las posiciones ideológicas más conservadoras, (de derecha y de izquierda). Sin embargo, el experimento en cuestión no finalizó ahí, cuando el auto abandonado en el Bronx ya estaba deshecho y el de Palo Alto llevaba una semana impecable,los investigadores decidieron romper un vidrio del automóvil de Palo Alto, California. El resultado fue que se desató el mismo proceso que en el Bronx de Nueva York y el robo, la violencia y el vandalismo redujeron el vehículo al mismo estado que el del barrio pobre.
¿Por qué el vidrio roto en el auto abandonado en un vecindario supuestamente seguro es capaz de disparar todo un proceso delictivo?
No se trata de pobreza. Evidentemente es algo que tiene que ver con la psicología, el comportamiento humano y con las relaciones sociales.
Un vidrio roto en un auto abandonado transmite una idea de deterioro, de desinterés, de despreocupación que va rompiendo códigos de convivencia, como de ausencia de ley, de normas, de reglas, como que todo vale nada. Cada nuevo ataque que sufre el auto reafirma y multiplica esa idea, hasta que la escalada de actos, cada vez peores, se vuelve incontenible, desembocando en una violencia irracional.
En experimentos posteriores (James Q. Wilson y George Kelling) desarrollaron la “teoría de las ventanas rotas”, misma que desde un punto de vista criminológico concluye que el delito es mayor en las zonas donde el descuido, la suciedad, el desorden y el maltrato son mayores.
Si se rompe un vidrio de una ventana de un edificio y nadie lo repara, pronto estarán rotos todos los demás. Si una comunidad exhibe signos de deterioro, y esto es algo que parece no importarle a nadie, entonces allí se generará el delito. Si se cometen “esas pequeñas faltas” como estacionarse en lugar prohibido, exceder el límite de velocidad o pasarse una luz roja y estas pequeñas faltas no son sancionadas, entonces comenzarán a desarrollarse faltas mayores y luego delitos cada vez más graves.
Si los parques y otros espacios públicos son deteriorados progresivamente y nadie toma acciones al respecto, estos lugares serán abandonados por la mayoría de la gente (que deja de salir de sus casas por temor a las pandillas), y esos mismos espacios abandonados por la gente, serán progresivamente ocupados por los delincuentes.
La respuesta de los estudiosos fue más contundente aun, indicando que; ante el descuido y el desorden crecen muchos males sociales y se degenera el entorno.
Tan solo vea un ejemplo en casa, si un padre de familia deja que su casa tenga algunos desperfectos, como falta de pintura de las paredes en mal estado, malos hábitos de limpieza, malos hábitos alimenticios, malas palabras, falta de respeto entre los miembros del núcleo familiar, etc., etc., etc., entonces poco a poco se caerá en un descuido de las relaciones interpersonales de los familiares y comenzarán a crear malas relaciones con la sociedad en general y quizá algún día llegarán a caer en prisión.
Esa puede ser una hipótesis de la descomposición de la sociedad, la falta de apego a los valores universales, la falta de respeto de la sociedad entre sí, y hacia las autoridades (extorsión y soborno) y viceversa, la corrupción en todos los niveles, la falta de educación y formación de cultura urbana, la falta de oportunidades ha generado un país con ventanas rotas, con muchas ventanas rotas y nadie parece estar dispuesto a repararlas.
La teoría de las ventanas rotas fue aplicada por primera vez a mediados de la década de los 80 en el metro de Nueva York, el cual se había convertido en el punto más peligroso de la ciudad. Se comenzó por combatir las pequeñas transgresiones: graffiti deteriorando el lugar, suciedad de las estaciones, ebriedad entre el público, evasiones del pago del pasaje, pequeños robos y desórdenes. Los resultados fueron evidentes.
Comenzando por lo pequeño se logró hacer del metro un lugar seguro.
Posteriormente, en 1994, Rudolph Giuliani, alcalde de Nueva York, basado en la teoría de las ventanas rotas y en la experiencia del metro, impulsó una política de “tolerancia cero”.
La estrategia consistía en crear comunidades limpias y ordenadas, no permitiendo transgresiones a la ley y a las normas de convivencia urbana.
El resultado práctico fue un enorme, con una gran reducción de todos los índices criminales de la ciudad de Nueva York.
La expresión “tolerancia cero” suena a una especie de solución autoritaria y represiva, pero su concepto principal es más bien la prevención y promoción de condiciones sociales de seguridad.
No se trata de linchar al delincuente, ni de la prepotencia de la policía; de hecho, respecto de los abusos de autoridad, debe también aplicarse la tolerancia cero.
No es tolerancia cero frente a la persona que comete el delito, sino tolerancia cero frente al delito mismo.
Se trata de crear comunidades limpias, ordenadas, respetuosas de la ley y de los códigos básicos de la convivencia social humana.
* * *
Hasta aquí el artículo. El autor se ha limitado, en una clave “politically correct”, a analizar las consecuencias de las “pequeñas transgresiones” en el campo del delito común, pero no ha sacado las obvias conclusiones en el campo político.
Es conveniente que nosotros no nos detengamos en ese terreno sino que saquemos las conclusiones políticas del fenómeno.
En la argentina ocurren todos los días toda clase de transgresiones: al derecho de propiedad; a las libertades más elementales, como la de transitar de un lado al otro, de entrar y salir del país; de importar y de exportar; inseguridad frente a los criminales; la incertidumbre de saber si estamos protegidos contra la posibilidad de que una ley injusta o una orden judicial o estatal puede caer sobre nosotros inesperadamente implicando -injustamente y sin posibilidad de reclamar justicia-, la cárcel o la ruina; la inexistencia de una moneda sana y la imposibilidad de ahorrar en una moneda estable; la de ser víctimas de huelgas salvajes que entorpecen, hasta impedirla en gran medida, una convivencia civilizada; la constante monstruosidad de ser gobernados por delincuentes y jamás por gente honesta y capaz; el no tener FFAA disciplinadas y leales a la Patria que pueden actuar como última barrera contra un asalto al poder total, desde el llano o desde el gobierno, etc. etc. etc.
Todas estas cosas son incompatibles con un Estado de Derecho y, en cambio, son prefiguras de lo que ocurre en un Estado totalitario colectivista, o sea, comunista.
Tenemos tendencia a creer que hay una distancia astronómica entre aquellos síntomas y un Estado comunista. Pero nos equivocamos.
Como lo prueba el estudio de la Universidad de Stanford y el libro de Gladwell, aunque la distancia sea aparentemente grande, cuando la acumulación de los síntomas llega a un punto de saturación política (el “tipping point”), el cambio es sorpresivo e instantáneo y podemos caer en el comunismo sin transición.
Son pocos los que saben que la revolución comunista de Octubre de 1917, la que puso a Lenin, a Trotzky y a los blocheviques en el poder, se produjo de la noche a la mañana, sin disparar ni un tiro. El fenómeno está descripto con horrenda satisfacción por Trotzky en sus “Memorias”. Después empezó la matanza, a la que los comunistas siempre recurren con fría crueldad cuando les parece.
Y también son pocos los que saben que Lenin sostiene en sus libros y discursos que la etapa de preparación de una revolución comunista se asemeja al fenómeno de la evaporación del agua. Llega un momento en que el agua, calentada a una cierta temperatura, se evapora. A eso le llama Lenin, “el salto cualitativo”.
Con las sociedades “capitalistas” pasa lo mismo -dice Lenin. Llega un punto en el que la suma de los diversos fenómenos y conflictos “históricos” (provocados por los agentes de la revolución, desde el llano o desde el poder) alcanzan una “temperatura” política tal que se produce el “salto cualitativo” hacia el comunismo.
¿A cuanta distancia estamos de ese punto? Creo que no muy lejos.
Un fenómeno paralelo al de la acumulación de factores pre-comunistas es el de la creciente apatía y “resignación ante lo inevitable” de la gente honesta, especialmente de las “clases cultas”, al tiempo que niegan, contradictoriamente, que eso pueda ocurrir. Este fenómeno existe plenamente en la argentina.
Sería bueno que quienes todavía tienen amor a la Patria se despierten y empiecen a buscar cómo defenderse de este peligro gravísimo, el más grave de nuestra historia. Y si no saben cómo hacerlo, que tengan la humildad de preguntarle a los que pueden saberlo y se dispongan a actuar en consecuencia, aunque eso implique sacrificios y riesgos. La Botella al Mar
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