lunes, 6 de agosto de 2012

La verdad y la memoria ―bastardeadas por el kirchnerismo ― exigen que, aunque duela, cada cual cargue con sus culpas de cara a la historia.

Carta abierta a la senadora nacional Norma Morandini
Por ARIEL CORBAT Luego de leer la nota publicada por el diario Clarín del 28 de Julio de 2012, que lleva por título “El sacrificio de Néstor y Cristina, mis hermanos desaparecidos”, me quedé meditando y la volví a leer con la amargura con que se leen este tipo de testimonios. Entonces escribo.
El dolor por las ausencias no distingue ideologías, y si uno no se conmoviera por ello, incluso por las lágrimas familiares vertidas alrededor de cada enemigo abatido, correría el riesgo de ser un mero autómata o una simple bestia.
Razona Ud. con sentido republicano a partir de la historia de sus hermanos y la suya propia ―y en ese razonar está clara su diferencia con el kirchnerismo, tan reactivo al pensamiento como obsesionado por las sumisiones ―; su evaluación de los años 60 y 70 es algo a lo que, en principio, no puedo más que suscribir.
Así, aplaudo cuando dice: “No creo en la derrotada idea de que un fin noble justifica medios antidemocráticos. Menos aún la concepción setentista que antepone el poder a la libertad. Hay dos formas de honrar a los que no están. O se imita y repite de manera irresponsable la política de enfrentamiento que antecedió la tragedia, sin autocrítica a ese tiempo en el que un muerto se vengaba con otro cadáver en una espiral de violencia de la que ya no pudimos salir hasta llegar a ese paroxismo de la represión mayor, la del Estado. O buscamos aprender de esa tragedia y construimos lo que nunca tuvimos, normalidad democrática”.
Sin embargo ―y siento que esto es algo que es necesario subrayar ― en ningún lugar del artículo utiliza la palabra “guerra” para referir el contexto en que sus hermanos eligieron enrolarse en la organización terrorista Montoneros. Es curiosa esa negación del progresismo a llamar a las cosas por su nombre. En el contexto de la Guerra Fría la República Argentina tuvo la suya, una guerra compleja, de varios frentes, perversa y sangrienta, sucia, pero guerra al fin. Y lo peor del caso, necesaria por lo inevitable. El país encajaba perfecto en un mundo que estaba hecho para guerras así.
A Ud. y a mí nos agradaría que el país tuviera otra historia, más civilizada, democrática, digna, ¿quién no?, pero la barbarie viene de lejos y todavía ronda por acá, por eso no niego nada de lo que pasó. No sea cuestión de volver a tropezar con esa misma piedra escondida bajo alguna alfombra. Sin hipocresías, y por si alguien tiene duda: a pesar de todo, me alegro que hayan ganado los que ganaron. Suena mal decirlo, pero es así. Eso no significa que comparta los métodos usados, o que sienta simpatía por los tipos que condujeron a las fuerzas estatales. Ocurre que pese a lo mucho que pueda criticar, sé quienes eran los míos y quienes el enemigo. No tengo ninguna simpatía por la dictadura de Fidel Castro y lo último que quisiera para mi país es el largo oprobio comunista que padece el pueblo cubano. Además, si los jefes militares eran criminales ―que lo fueron ― los del ERP y Montoneros no lo eran menos; diría que eran peores.
Hay que preguntarse lo que hubieran hecho los guerrilleros en el poder. Por el lado del ERP me basta revisar el archivo de lo que fue el calvario de Larrabure y hacer la proyección. ¡Já! ¡Otra que la ESMA! Y los jefes montos, seres tan despreciables como para planificar que una adolescente se cambie de colegio y haciéndose la amiga de otra le ponga una bomba bajo la cama de los padres. Linda gente que hubiera hecho “lindas cosas” en caso de apoderarse por las armas de los recursos del Estado. La derrota no los exime de ser lo que fueron.
Por eso, aunque la comprendo desde lo humano, me choca que diga que a sus hermanos “el sacrificio y la muerte los exculpó”. No. No puedo aceptarlo. ¿En nombre de qué se sacrificaron? En nombre de ideas totalitarias. Puede su madre suponer que querían “una sociedad más justa”, pero tal cosa difícilmente sea verdad. No hay justicia en el terror, y Montoneros apostaba al terror. Exculpar a los terroristas sería injusto para con los inocentes. No se los puede igualar, ni siquiera por los padecimientos de una muerte que se presume horrible.
Juan Eduardo Barrios tenía tres años, era hijo de un obrero metalúrgico y fue asesinado por disparos de una montonera a finales de 1977; él era inocente, como tantos que antes o después cayeron por la violencia de unos y de otros, sin estar enrolados en ningún bando, por el simple riesgo de vivir aquí. Así que los montoneros que obedecían a Firmenich, encandilados por apologistas como Juan Gelman o Rodolfo Walsh, son tan responsables de la barbarie como cualquier combatiente de esa triste guerra.
Estimada Norma, la verdad y la memoria ―bastardeadas por el kirchnerismo ― exigen que, aunque duela, cada cual cargue con sus culpas de cara a la historia. Sin excepciones, y como advertencia a las nuevas generaciones sobre la degradación moral a la que conduce la violencia. Sin otro particular, la saludo cordialmente.

Ariel Corbat, La Pluma de la Derecha 

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