La nena tenía todo para llegar adonde llegó. Una ascendencia familiar alvearista; un padre procesista y pusilánime, unas vacaciones en Punta, un colegio bilingüe y caro, un Yatch Club para aprender a navegar, un instructor de esquí en Bariloche, unas vacaciones en Florianópolis, unos dinerillos para trotar por Europa. Y tenía —y sigue teniendo— un Rafael Braun (sacerdote jesuita amigo de la familia y que participo de su casamiento protestante) para que la inspirara y sostuviera espiritualmente.
Con tales antecedentes, ¿a quién podría sorprender que consintiera en que se basureara a su padre, impidiéndosele llevarla al altar?; ¿a quién que abandonara a su patria, exhibiéndose impúdicamente en medio de la opulencia cuando sus conciudadanos gimen?; ¿a quién que renegara de la Iglesia Católica, para abrazar el protestantismo?; ¿a quién que renunciara a educar a sus hijos en la Fe Verdadera?; ¿a quién puede sorprender incluso, que opte por vivir a gusto en un país en el que la degeneración y la contranatura tienen plena aceptación legal, mientras se escandalizan de nuestra represión militar al marxismo?; ¿a quién llamará la atención que se emparente con la alta alcurnia masónica de la Casa de Orange, homicida de católicos?
El tilingaje nativo tuvo su princesa para festejar “lo grande que somos los argentinos”. No faltó un imbécil que pidiera la asistencia en Amsterdam de la fanfarria del Regimiento de Patricios, ni señoras y señoros encandilados por la gracia y el ropaje de la Mínima. Pero la Iglesia —¡ay, nuestra Santa Madre y sus pastores!— la que primero debió hablar y sancionar, amonestar y prevenir, dilucidar y distinguir, calló con culpa y cobardía. Y aceptó —sin llamarlo al orden— el protagonismo del desdichado Braun; un heresiarca no menor ligado al progresismo marxistoide de Criterio, como para que no quedasen dudas de la ninguna incompatibilidad entre el protestantismo y la, por ellos llamada, “Iglesia Conciliar”. Si para tales tipejos da lo mismo el apareamiento transitorio, el ritual vudú del connubio, el magnum sacramentum o el trámite luterano.
No somos profetas para anticipar futuros, por módicos que estos sean. Todo puede sucederle a la muchacha; desde rectificar sus graves torceduras de rumbos hasta escaparse con el guardaespaldas; desde consolidar sus desarraigos fieros hasta hallar prematura fama y muerte accidentada. Si significara algo para ella, le recomendaríamos la lectura del Infierno del Dante, con sus círculos bien dispuestos para dar albergue a los traidores de toda especie.
Más realistas y modestos, le recordamos una cancioncilla que habrá escuchado alguna vez en sus correrías:“Qué va a ser de ti, lejos de casa. Nena, qué va a ser de ti”.
Antonio Caponnetto
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