La paradoja nacionalby Jacinto Chiclana |
Señor Director:
El mundo de ilusión de Alicia en el país de las Maravillas, el famosísimo cuento de Lewis Carroll, queda reducido a anécdota desvariada de medianoche, si llegamos a compararlo con algunas realidades argentinas que llenan de tribulaciones y penas a unos cuantos millones de ciudadanos, que parecen muy permeables a ciertas realidades impactantes.
Fíjese usted, por ejemplo, el descubrimiento, en pleno mes de enero, de las paupérrimas condiciones en que el mentado “tren de la Costa” realizaba su aventura cinematográfica para recorrer unos 400 kilómetros.
Antes de la nota periodística propalada con imágenes y sonidos impactantes que permitían apreciar los grandes agujeros de bordes oxidados debajo de ventanillas, estribos, retretes y cualquier otra parte de la destruida carrocería de ese engendro infernal llamado con felicidad “tren de la costa”, ¿ningún operario, funcionario o directivo de Ferrobaires vio en qué condiciones estaba? ¿A nadie se le ocurrió pensar que era inhumano permitir que los ciudadanos usuarios, justamente los de menor poder adquisitivo de esta sociedad, viajaran en semejante cosa?
¿Quiere decir, entonces, que es imprescindible la existencia de un periodismo denunciador y valiente que desnude los abusos a que se somete a una población estoica y pacífica hasta extremos insospechables?
Con la suspensión del tren del infierno, se demuestra fehacientemente qué es lo que molesta de esa prensa y ese periodismo que no debe escarbar demasiado para descubrir que aquí son muy pocos los que cumplen con sus obligaciones cuando detentan funciones o cargos y cobran jugosos sueldos para asegurar que cosas como estas no sucedan.
La repentina suspensión del servicio -tarde, por cierto- no borra las responsabilidades ni disimula la absoluta falta de criterio aplicada antes de tan drástica medida.
Muy por el contrario, además de acrecentar las responsabilidades de quienes deberían haberlo comprobado antes o adoptado las medidas para colocar coches y máquinas en condiciones dignas, ellos deberían ser pasibles de ser juzgados por abulia e inoperancia manifiesta, por los riesgos que su falta de interés presupusieron para los dolientes y sufridos viajeros.
Ahora, otra noticia, que seguramente será minimizada, sacada de contexto o desmentida, es la suspensión del soterramiento del ex Sarmiento, supuestamente por falta de fondos para proseguir, transformando una vez más en una estafa a la ilusión, las promesas lanzadas con bombos y platillos desde la tribuna vociferante del circo de intenciones y promesas vanas en que se ha convertido la actualidad argentina.
Entonces, el túnel inconcluso se suma a las otras zanahorias colocadas frente al hocico del burro, siempre justo antes de los procesos electorales en los que pueden jugarse futuros y fortunas de los avivados de turno.
Y es una nueva desilusión, y van...
Y uno, ávido de encontrar una buena noticia en diarios y revistas o de escucharla en los medios radiales o televisivos, llega al fin a rescatar el pensamiento de que no todo está perdido... pero para los uruguayos... nunca para nosotros, ¿vio?
Bueno, por lo menos son nuestros vecinos y los trámites para radicarse allí no creo que sean muy complicados.
La anécdota risueña y hasta pueril de Mujica, viajando casi de incógnito a Venezuela en clase turista y sentado leyendo como cualquier mortal de la tierra, lejos de exhibir el boato incongruente con nuestras realidades cotidianas de nuestros funcionarios mayores, constituye un canto a la sencillez, tan cotizada y escasa en los tiempos actuales y un motivo más para sentir una insana y no bien intencionada envidia.
Súmele a eso su contestación medida y correcta a la señora venezolana que le reprocha su apoyo a un gobierno que de democrático ya no conserva ni el nombre.
Su viaje en guayabera color manteca resulta para nosotros inconcebible en nuestro mundo de tangos descompuestos y embargables y Bombardiers lujosos y onerosos.
Deben ser decenas las cosas que uno podría criticarle a don Pepe Mujica.
Casualmente, con el advenimiento de los gobiernos de Tabaré y Mujica, comienzan en Uruguay a experimentar un contagio de enfermedades que parecen acuciar a la casi mayoría de los gobiernos auto definidos como Nacionales y Populares.
El aumento de la inseguridad, sobre todo en Montevideo, gente muy por debajo de la línea de la pobreza extrema hurgando en los tachos de basura, aumento de la marginalidad y otros males que parecen haber aprendido a nadar y por ello cruzaron sin riesgos el río color de león, invadiendo lamentablemente un país que aún se vislumbra como casi virgen y sano de sanidad natural.
No en vano muchísimos argentinos que hacen un culto de la previsibilidad han rumbeado para “enfrente”, cambiando incluso el infierno de Buenos Aires por la tranquilidad pueblerina de Colonia o Carmelo.
Pero ¿cómo no valorar cabalmente su predisposición campechana con la prensa? ¿Cómo se hace para soslayar su sencilla vida de chacarero sin lujos, con perro cojo de raza “chasquimoto” incluido?
¿Cómo ignorar sus almuerzos frugales en boliches de quinta, montado en un descascarado taburete alto?
¿Cómo hacemos para evitar las comparaciones de su modestísimo auto particular, puesto a la sombra de las poderosas 4x4 o Audis de altísima gama de nuestros funcionarios de séptima categoría?
Ni que hablar de su parafernálica chacrita, al lado de las lujosas mansiones en exclusivos barrios y cotizadísimos pisos en Puerto Madero, punto geográfico que se ha tornado imprescindible para cualquier político exitoso que se precie, sea éste de la vanguardia o de la silenciosa y oscura retaguardia de las huestes del poder.
Y no me vengan a decir nada sobre la cantidad de habitantes de Uruguay comparado con Argentina. Porque entonces yo les nombro otras comparaciones sobre las interrupciones de los procesos democráticos en uno y otro país, o los índices de alfabetización o el respeto por las leyes de uno u otro lado y... podría abundar en las comparaciones y también asegurarle que en la ROU hay bastante gente con mucho dinero.
Y tampoco hablemos de corrupción, porque a nosotros en ese rubro no hay quien nos quite el trofeo, excepto por algunos países africanos que ahora parecen ser más amigos nuestros que nunca.
Y para qué mencionar el tren del litoral que se inauguró y nunca corrió, seguramente por nuestra culpa o el dragado del canal, tan viciado de inmoralidad que aun no puede arrancar.
Y me quedo con don Pepe.
Con todos sus defectos, con su apoyo incomprensible a la dictadura con parte de enfermo, con su aguante interminable a las odiosas discriminaciones y desaires que le hace la Argentina, o mejor dicho, sus gobernantes de turno. Con su estoica paciencia para soportar un Mercosur con países de primera y otros de tercera. Con sus intentos con el aborto y con la marihuana y con algunas frases desafortunadas proferidas como con inocencia extrema.
Me quedo con él. Porque no desentona como nosotros en medio de lujos inconcebibles mientras un jubilado consigue cobrar pocos días antes de morirse, a los 104 años, lo que el Estado le debía.
Me quedo con él, porque gobierna, con su particular estilo, uno de los países de los que nos rodean, con crecimiento, con previsibilidad, con inflación manejable y estadísticas no mentirosas, sin choripanes ni micros punterizados.
Me quedo con Don Pepe, con su verba trabada y modesta, con sus luces a veces parpadeantes y sus giros idiomáticos risueños.
Pero con su autenticidad y su historia, no santa precisamente y muy reprochable.
Pero auténtica y verdadera, sin teatralizaciones falsas y tergiversadas.
Jacinto Chiclana
Siempre el coraje es mejor
la esperanza nunca es vana
vaya pues esta milonga
para Jacinto Chiclana.
No hay comentarios:
Publicar un comentario